NATURAL NATURALEZA
MARÍA CECILIA BOTERO MERINO
INTERVENCIONES URBANAS
Mientras nos miran
"Las guaduas color rosa fluorescente son una instalación escultórica presente en 16 parques en varias comunas de Medellín.
Son en total cien cañas que emergen desde los pulmones urbanos hacia el espacio. Son antenas que comunican, conectan y motivan la unión entre nosotros y la naturaleza. Mientras nos miran es también lo que usted cree que ve."
Manuela Botero Thiriez

Buscamos intervenir veinte parques en diferentes comunas de Medellín. Mediante la instalación de piezas escultoras conformadas por 5 guaduas tratadas, con diferentes tonalidades de rosa fluorescente de Dayglo, cada una con 5 0 6 metros de altura (las guaduas son cosechadas, intervenidas y luego colocadas en los parques). El grupo de guaduas se ubicaría en sitio de mucha vegetación para resaltar su presencia.
en este blog encontraras todo el proceso de el montaje de esta obra
La vida es rosa - La vida no es rosa
“El arte le devuelve al alma lo que las asperezas de la vida le han negado. Ritual, ceremonia e invocación en un acto urbano”
-Luis Fernando Valencia
Intervención urbana:
Se construyo una zebra vial en color rosa fluorecente, En el lugar exacto donde se sucedió un tragico y conmovedor accidente. La loma de 1 km aprox. fue intervenida por un grupo de caminantes que se instalaron en semaforos y a lo largo de la via entregaron 4000 postales a los conductores y transeuntes, dando un giro a su cotidianos al hacerlos participes de esta intervención.


Andrea Londoño - La vida es rosa
Por arte de magia Por magia del arte Por arte del arte ¿La vida es rosa? La artista en duelo me había pedido que escribiera una notica para involucrar en su obra a quienes pasaran por allá, pero decliné ese honor al encontrar que todo estaba dicho en las 9 palabras de la postal, una de las piezas de su intervención artística callejera La vida es rosa, la vida no es rosa. Parientes y amigos, numerosos por fortuna, veníamos intentando prepararnos para lo que ella anunciaba como acontecimiento, y yo en especial lo recibía con oleadas de miedo mezcladas con esperanza, por la visión fragmentada de un todo que sólo existía en su cabeza. ¿Miedo de qué? Si algo no salía bien, el dolor podría revivir más fuerte. Para contrarrestar la incertidumbre, unos se pegaron de su fe, y el resto, del pasado de ella como artista. Recordé entonces su exposición del año anterior: Se Murió Rosita, Nos La Comimos. Ese fue otro performance en el que convocó a 200 ciudadanos del área metropolitana de Medellín, a hacer un graffiti con una plantilla, en un color que para mí era sinónimo de frivolidad, o al menos evocaba una infancia excesivamente femenina, y para ella era el Rosa Pink, color que venía identificando sus trabajos. Ese performance terminó con una exposición en la que se proyectaron las “obras” de quienes por su gracia nos habíamos convertido en graffiteros ¿artistas? y además, podíamos ver algunas de estas obras, impresas, pegadas en las paredes de la sala y demarcadas por líneas Rosa Pink que a su vez formaban innombrables figuras geométricas. Si en esa ocasión hubo una alentada ternera en la sala de exposición, ahora seguramente nos llevaríamos otras sorpresas. Como artista, los límites son su línea de partida. En otra arremetida de mi miedo, le abrí la puerta a la cancelación del evento, y le dije lo que ahora me avergüenza: “tenés derecho a mamarte de todo esto”, y con la calma que da la convicción, me respondió: esto no tiene reversa, no me preguntés por qué, pero quiero que llegue el día, siento una fuerza interior que me lleva, más allá de mi voluntad. ¿Cómo pude ponerla a dudar? Llegó el día. Entre los datos sueltos, yo sabía de un permiso de tránsito negado, o no contestado a tiempo, había oído que algo comenzaría a las 9, y ella me había convocado a las 11, en la bocacalle que llegaba perpendicular a la loma, al lado de donde había ocurrido el accidente. Yo haría parte del segundo momento de la intervención, cuando repartiríamos las postales hasta las 13:30 horas, hora aproximada de la conmemoración. Como repitiendo la cita que la muerte había fijado en ese lugar hacía un año, llegamos a las 11 en punto, y de inmediato, las caras nos dijeron que todo marchaba según el itinerario; luego vi una euforia civilizada. Las abuelas y sus amigas, de blanco absoluto, tenían acondicionada esa parte de la calle con sillas de acampar con lo cual el ambiente se hacía liviano, nada que ver con su objetivo trascendente. Sin haber tenido tiempo de mirar más, oí un llamado democrático pero exigente: “juntémonos aquí” dijo ella, me saludó, y empezó a hablarnos. La voz le temblaba y el aire no le alcanzaba para terminar las frases, pero no perdía el carácter imperativo, contundente: “Estamos ante una intervención artística. Estamos aquí para hacer arte y el arte está más cerca de la vida que de la muerte, y vamos a celebrar la vida, vamos a hacer algo que alguien ayer me dijo que se llama ‘alquimia’, pero es también un ritual, cada uno puede ponerle el nombre que quiera. Cada uno sabe lo que tiene que hacer y es parte de esto y cuando entreguen la postal a las personas que suben o bajan por esta Loma, les van a decir esto mismo: ‘usted hacer parte de una intervención artística’, no hay que decir más, ni tenemos que contar lo que pasó aquí con Manuel y Don Oscar, les agradezco mucho y vamos a empezar ya”. Respiró hondo, nos voleó su mano empujándonos a la acción, y todos nos dispersamos hacia la tarea propia. En mi papel de administradora de las postales, pregunté quiénes irían para los semáforos de abajo, los que están en la Avenida de El Poblado, casi a nivel de la portería del Club Campestre, y les entregué un fajo a los 5 o 6 que habían alzado la mano. Les advertí el cuidado que debían tener con los carros y las motos; les dije que habría algunos que no querrían recibirla, y podrían expresarlo groseramente, otros dudarían, y otros, no sé, seguíamos sin saber todo lo que podría pasar. “Sin esoterismo” me dije, pues me descubrí acercándome a esos paramundos de los que huyo, por contagiosos y porque sé que las penas del alma hacen tambalear la razón. Y a pesar de mi razón, algo no muy normal estaba pasando. Repetí lo mismo con quienes irían conmigo a los semáforos de arriba, los del Mall Drive Inn, y me fui con una canasta de mercado donde llevaba las 2.000 postales que ella había mandado imprimir. Parecíamos de paseo. Sólo fueron necesarios unos pasos para recibir otra sorpresa: me encontraba caminando sobre una cebra, como las destinadas a los peatones, pero Rosa Pink. Tenía el ancho de los 2 carriles de la calle y una longitud aproximada de 10 metros. En ese momento cobró sentido lo del permiso del tránsito, ¿negado?, sí. Alguien empezó a contarme que un Azul había llegado a las 9 en punto con el cometido institucional de cerciorarse de que no se interrumpiera la movilidad vehicular por el motivo solicitado, pero que al oírle a la artista, la motivación terapéutica de la Intervención, y la minucia de la planeación que ella tenía para trazar esas líneas, informó por radio a sus jefes que contrario a lo que ellos creían, él debería poner su parte para facilitar la intervención, interrumpiendo por momentos el tránsito, tal como lo hizo durante 2 horas. La cebra Rosa Pink me obligaba a espabilar para corroborar lo que veía entre las llantas de los carros y el pavimento, y al pie de lo que ahora era un montículo sembrado con jardín, y que hace un año era el lugar de la tragedia. Cada uno, con juicio, se apersonó de lo suyo. El minuto que transcurría entre el rojo y verde del semáforo me pareció generoso para la tarea de acercarme a 4 o 5 vehículos y ofrecerles la postal. Los de mi grupo nos cruzábamos miradas de aprobación, y con gestos, le dábamos partes de éxito a ella en sus permanentes revisiones de los puestos de trabajo; nos juntábamos por momentos a intercambiar las expresiones de algunos conductores al momento de recibir la postal: ¡gracias!, dijo cordialmente la mayoría; ¿qué es esto?, otros; dos nos ofrecieron limosna como habrían hecho con una obra humanitaria, y una minoría no quiso oprimir el botón de su carro para enterarse del mundo exterior, o sintió miedo de hacerlo. Por teléfono, yo monitoreba a los de abajo, y siempre recibí buenos reportes. Sólo uno se salió del guión: era el conductor de una volqueta, quien en el momento de echarle el parlamento de la entrega de la postal, me interrumpió: “mire, no me diga nada, yo y mis compañeros volqueteros sabemos lo pasó hace un año aquí. Dele nuestro sentido pésame a la mamá del niño y dígale que mi compañero no quería hacerle daño a nadie.” Por supuesto, me puso a llorar, pero ahí mismo recordé el cometido, y fue suficiente para recobrar la alegría. A las 13:25, sin que nadie indicara la hora del fin, empezamos a disgregarnos con gestos de éxito, sonrisas propias de experiencias gratificantes, y frases como “Se logró lo que ella quería”. El arte hizo alquimia, magia, exorcizó la muerte, conjuró el dolor. Por arte del arte, pusimos en nuestra mente la imagen alegre de una obra colectiva al lado de la marca trágica de un lugar; ahora combinamos las preguntas sobre el arte y la vida con las preguntas sobre la muerte; ese 4 de octubre cambiamos el recuerdo triste de una madre que perdió y ganó un hijo, por la admiración de una artista en duelo. En este videoclip se ve más sobre la Intervención artística La Vida Es Rosa, La Vida No Es Rosa. Andrea Londoño S. 29 de octubre de 2012.
Se murió Rosita nos la comimos
Intervención urbana:
Se disribuyeron entre 300 personas, 300 stencils con tarritos de pintura rosa Aurora pink fluorecente, cada persona escogió el lugar para realizar su graffiti, entregándole así arte al caminante, las personas enviaron sus fotos que luego fueron exhibidas en un encuentro total en "El Aula + 1" en Medellín - Colombia.


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AGRADECIMENTOS:
A todos aquellos que participaron en cada uno de los momentos de las intervenciones, a los que colocaron graffitis, guaduas fluorescentes, cintas rosas formando zebras rosas, a los que entregaron postales y apostaron por vivir momentos de arte en la ciudad.
a los que entregaron permisos para intervenir parques, calles, autopistas, a los que enviaron fotos de sus intervenciones con "Se murió Rosita".
nuevamente a los que creyeron en lo que transmuta el arte
A Federico Londoño por su colaboración en el emplazamiento de las guaduas en cada uno de los parques, a los que usaron rosa fluorescente y a los no nombrados, gracias.